La ciencia y la tecnología avanzan a pasos agigantados. Sin embargo, nunca se han desprendido de su base, es decir, imitar al cerebro humano al menos en aquello que conocemos del mismo. Los prototipos de chips capaces de identificar olores en los que trabaja Intel son una prueba de ello, ya que han conseguido buenos resultados con un proceso de aprendizaje rápido basándose precisamente en imitar la estructura cerebral humana. Es lo que se conoce como computación neurofisiológica y promete abrir las puertas a una tecnología con una gran cantidad de usos en la sociedad
Cualquier revolución que tenga que ver con funciones que desarrollen las máquinas y que imiten a las personas tiene la posibilidad de acelerarse cuando se conoce bien el comportamiento de la estructura humana. En el caso del sentido del olfato, esto es una gran ventaja. De hecho, se sabe desde hace años cómo nuestro cerebro actúa a la hora de comprender aromas y cómo envía las señales para que los asociemos con sensaciones.
Cuando un olor es percibido por las glándulas olfativas de la nariz se envía una señal a unas neuronas específicas del cerebro: el bulbo olfatorio. Desde ahí, esa señal se transmite a otras partes del cerebro para que seamos capaces de apreciar un olor desagradable como a una fruta madura, o el desagradable de unos residuos y actuemos en consecuencia.
Intel lleva tiempo trabajando en la creación de lo que llaman chips neuromórficos. En el caso de los procesadores olfativos, el conocimiento de las estructuras animales (en todos los mamíferos se da este esquema cerebral, así como en otro tipo de especies, aunque se configura de manera distinta como en el caso de los insectos), ha sido clave para su desarrollo.
Actualmente, al entender tan bien el funcionamiento, las fases de prueba y aprendizaje que deben hacer con los procesadores son relativamente cortas y pueden crear prototipos funcionales en muy poco tiempo.
La investigación de la compañía se ha publicado en un un artículo en Nature en el que muestran como se ha diseñado un circuito eléctrico que graba esos olores en un chip de silicio y que imita a la perfección a la estructura y capacidades del bulbo olfativo. Para ello han trabajado codo con codo con neurofisiólogos olfativos que estudian en tiempo real el cerebro animal mientras huele.
Y precisamente por el conocimiento previo para el diseño de lo físico se consiguió “entrenar” con 10 olores con una cantidad de muestras mucho menor a la que viene siendo habitual en este tipo de tecnología.
Pese a tratarse de un prototipo básico, es el inicio de una gran revolución. Y lo es desde tres vertientes:
Sus aplicaciones prácticas podrían llegar detección de bombas por el olor permitiendo una gran labor social.
El inicio de una nueva tecnología que podría servir para intentar replicar lo mismo con los demás sentidos.
Permitiría a la inteligencia artificial ser mucho más eficiente en la necesidad de datos.
Aunque la tesis no está sobre la mesa en la investigación de la que hemos descrito previamente los detalles, sí que es verdad que todos estos conocimientos podrían hacer soñar con un Internet o comunicación digital que nos permita percibir todo aquello que tenemos en el mundo real u offline.
De ahí la tesis de que esa computación neuromórfica que ahora mismo permite captar e identificar olores pudiera combinarse con otro tipo de tecnología para ser capaz de permitir impactar al usuario con esas sensaciones.
Probablemente no sea la prioridad en la investigación, pero considerando que la pandemia nos ha cambiado a todos y que de los estudios suelen salir nuevas propuestas e ideas derivadas del uso tecnológico, no cabría descartar que en un futuro pudiésemos tener una red mucho más rica en cuanto a las sensaciones que nos permite experimentar con los sentidos.
Si echamos la vista atrás treinta años, probablemente no hubiésemos podido jamás imaginar lo que hemos sido capaces de hacer hoy. Por tanto, imaginarse el futuro con la intención de acertar sobre él ignorando lo rápido que avanzan ciencia y tecnología es, como mínimo, excesivamente prudente. Y en los tiempos que estamos, soñar y pensar a lo grande nos viene mejor que nunca.
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